#ElPerúQueQueremos

Las vidas que no tendrás

Publicado: 2010-11-06

- ¿Cómo las pequeñas dolencias físicas pueden afectar tu vida cotidiana?Imagen extraída de aquíUn cordón de zapatilla mal amarrado hizo que me tropezara mientras corría durante la hora de educación física, cayera por las gradas del coliseo de mi colegio (desde una altura de 2 metros aproximadamente) y terminara con el codo de mi brazo derecho fisurado por caer en seco (a lo peleador de lucha libre que se lanza desde una esquina hacia el centro del cuadrilátero) de rostro sobre el cemento de la cancha en la que mis compañeros jugaban fulbito. Esto pasó allá por el 2004, cuando cursaba el 3er año de secundaria. Es cierto que puedo aducir que, a los 14 años uno es más irresponsable e impulsivo, poco conocedor de los peligros y demás excusas, pero ¿díganme si no es cojudo resbalarse frente a todo tu clase y quedar lisiado temporalmente sólo por no saber amarrarte bien las zapatillas? El roche pasa, pero las heridas de este tipo, por más que parezcan que no son graves, que son pequeñas dolencias comparadas a las terribles enfermedades terminales que le arrebatan la vida a miles de personas luego de una gran agonía, siempre te dejan una marca, como un recordatorio de que tu cuerpo ya nunca será el mismo.Luego de la visita al médico de rigor, me pusieron un yeso que debía llevar con orgullo durante 4 semanas. Nada del otro mundo, después de las primeras noches de incomodidad por el miembro inmovilizado y el dolor muscular que provoca el hueso herido (nada que un par de pastillas calmantes no puedan solucionar), fueron relativamente soportables los días que estuve con el codo fisurado. Soy zurdo, así que podía tomar notas en clase; vivía lejos y solía levantarme tarde, así que solía movilizarme al colegio en taxi, no había problema entonces con ir parado en la combi y que nadie te diera el asiento; no era miembro de ningún club deportivo, así que nadie sufriría por mi temporada de lesión; y por último, el tener inmovilizado el brazo, me libró de tener que bailar en la cochina danza anual que siempre se tenía que preparar por el aniversario del colegio.Las secuelas vinieron después, una vez que me retirará el yeso (me cansé de hacer cola para sacar cita en el Seguro así que con un par de tijeras y harta irresponsabilidad, hice lo que el médico debía hacer). Con tanto tiempo sin moverse, el brazo se debilita y pierde sus funciones. Después de la rehabilitación (levantar pesas y remojar el brazo en agua caliente e infusiones de hierbas analgésicas), mi extremidad quedó, digamos, relativamente funcional. “Un hueso roto nunca queda igual”, predijo sabiamente mi madre. Efectivamente, mi codo no quedó recto del todo, y ahí comenzó mi dolencia prolongada, más que física, metafísica. Una dolencia como limitante de mi vida futura.Y no es que tuviera una discapacidad, porque podía hacer casi cualquier acción como antes del accidente. Simplemente pasaba que, las cosas ya no eran lo mismo. Mi codo sonaba cada vez que lo movía (sacar conejos le llaman), me dolía la articulación cada vez que hacía frío, perdí un poco de fuerza, sólo un poquito, lo suficiente como para pensarlo dos veces antes de cargar las bolsas del mercado o ponerme a jugar vencidas con algún macho agarrado que quiera demostrar su fuerza. No quiero caer en la frivolidad, el mío no era un gran drama, porque a menos que haya querido ser tenista profesional, espadachín con precisión matemática como los de la serie animada Samurai X, cirujano plástico, cargador olímpico de pesas o dedicarme a cualquier otra actividad que requiera excesivo esfuerzo de los brazos, el que me haya roto el codo no cambiaba en nada mi vida. Lo que me inquietaba, es que las enfermedades, en gran o pequeña medida, limitan tu vida, según la cantidad de capacidades físicas o mentales que afecten. Adiós a mis sueños de ser escalador profesional de rascacielos, ser buscador de tesoros en el fondo del mar, martillero experto o arquero del Real Madrid. Con un codo fallado y, por ende, un brazo debilucho, no podía sobresalir en nada de esto.Esta idea de lo que me perdí debido a mi codo roto, empezó a rondar mi mente esta última semana que nuevamente, luego de sufrir una inocente gripe, me volviera a dar una amigdalitis tan aguda que por las justa soportaba el tomar agua tibia. Y claro, no es lo mismo vivir con leucemia, cáncer de pulmón, hepatitis o SIDA, a simplemente tener que soportar una inflamación de los ganglios de la garganta. Perdonen la frivolidad.En fin, así como cada vez que miro mi chueco codo derecho, se me viene a la mente la caída estrepitosa que tuve un día en el colegio y que ya no podré valerme de mi fuerza bruta para sobresalir en la vida; cada vez que se me infectan las amígdalas hasta el punto de sentir que laten como corazones extra dentro de mi boca, me pongo a pensar en todas las cosas que me pierdo debido a esta dolencia crónica. No más heladitos, ni bebidas heladas, olvídate de las comidas picantes y de fumar. Además chau a mis sueños de ser narrador de carreras en el hipódromo o en los partidos de fútbol por la radio o la TV, tampoco ser la estrella en los mítines políticos y nada de discursitos a lo Martin Luther King, Haya de la Torre o al menos Omar Ordóñez .Con amígdalas así de propensas a enfermarse tampoco vale soñar con ser cantante de ópera, estrella del stand up comedy, pregonero o jalador de clientes en los restaurantes campestres. Menos hacerme famoso como potente locutor de Radio La Exitosa a partir de mis enérgicas puteadas al alcalde y sus allegados. Esas son las vidas que no tendré, al menos hasta que opte por extraerme estas molestas glandulitas del cuerpo mediante un cirugía. Eso sí, siempre podré andar de lo más fashion con una chalina o palestina sobre el cuello, sin que nadie me diga que no va.- Oe, no seas huachafo… ¿Qué haces con chalina en pleno verano?- Me duele la garganta pezweon.----------------------------------*Lea "No es portada" todos los sábados acá, en Las Cosas Pasan


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